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Escritor Argentino

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Notas de Joe Turner

Old Soldiers Never Die

Soy un coleccionista de citas, les encuentro el mismo valor que los proverbios. También soy un coleccionista de proverbios. Los proverbios y las citas tienen algo en común, que los hermana con la teoría del iceberg de Hemingway. Esta forma magistral de la cuentística de Hemingway nos relata sólo parte de una historia oculta, que entendemos perfectamente, aún ignorando el resto. La mejor manera de entender este concepto narrativo es transitar por las páginas de El conde Lucanor del Infante Juan Manuel o las fábulas de Lafontaine, donde la moraleja, a la vez que nos remite a toda la historia, se puede entender sin conocerla entera. Ahora, dentro de mi propia antología de citas, tengo una preferencia por las de políticos, militares o grandes villanos -no quiero ponerme muy puntilloso, ni revelar mis prejuicios en público, pero muchas veces se me hace difícil ver la thin red line que separa estas tres profesiones- porque revelan con todo cinismo el lado oscuro del género humano. La primera cita que me acude fue la del tristemente célebre Arnaud Amaury, en plena cruzada albigense cuando era abad de Cister y también legado pontificio; al momento del saqueo de la ciudad de Beziers, allá por el año del señor de 1209. En aquel momento sus soldados, previo al saqueo y al degüello, le preguntaron cómo distinguir a los verdaderos fieles de los herejes, era más sencillo de lo que se imaginaban y la respuesta de Arnaud Amaury fue una cita: "Tuez-les tous! Dieu reconnaîtra les siens" -"¡Matadlos a todos! Dios reconocerá a los suyos."-. Me recuerda a otra cita que hemos escuchado hasta el hartazgo en películas de gangsters, la escena es archiconocida, el asesino profesional a sueldo, justo antes de arrojar al mafioso contrario -vivo, por supuesto, y atado como un matambre, de lo contrario no tiene gracia- dentro de una caldera le da una palmadita en la mejilla y, mirándolo con cara de buen samaritano, le dice "Nothing personal, its just business". El autor de ésta es fácil y sale al primer toque de Wikipedia, me parece bueno recordar que este autor murió de muerte natural -natural en quien ejerce su oficio- varios impactos de .45 ACP y dos de escopeta 12/70 con postas del 9; por eso lo tengo presente como un ejemplo, vivió y murió fiel a su cita. También, dentro de esta somera antología me acude una frase de Churchill a propósito de los prisioneros de guerra "Un prisionero de guerra es una persona que intenta matarte y falla, luego te pide que no lo mates." Y mucho antes de esta una aprendida en historia antigua en la secundaria "¡Ay de los vencidos!" Y todo esto me ocurre por vivir entre libros; que hay los que se van de copas o a ver partidos de fútbol, yo me voy de libros.

Y fue buscando un cuento de un narrador ruso leído hace añares y no recordaba cual, que me acordé de la cita que me dio el título de esta historia. El cuento que buscaba habla de un niño que es escribiente de un sabio, recorrí la biblioteca hasta que di con él, es un relato de Chejov. Lo que me aterró fue el estado del libro, esta maldición de los papeles ácidos lo ha condenado sin remedio. No más abrirlo, el libro se partió, donde antes había un volumen me quedó un mazo de naipes que volvió a su lugar amortajado en un folio plástico. Recorro con la vista una de las bibliotecas de mi estudio, cinco metros de largo con ocho estantes, cuarenta metros. Proliferan los folios transparentes con libros en condiciones semejantes y esto me lleva a otros libros leídos, que ya no tengo y que seguramente no frecuentan librerías. Tampoco sus autores: Mika Waltari, León Uris, Morris West o Ivan Efremov. Un placer maligno me acude, dentro de 30 años nadie recordará esa saga moralista travestida de porno políticamente correcta 40 Sombras de Grey, por más que esté promocionada por una película moralista, políticamente correcta y apta para mayores de 13 años. Esa porquería irá al mismo olvido que El abogado del diablo, Armageddon, QBII, Sinhue el egipcio o El país de la espuma. O El árabe y El hijo del árabe, libros que nunca había leído y heredé de la biblioteca de mi madre y de los cuales solo pude digerir el primero. No había leído El árabe aunque vi la película con Rodolfo Valentino -más soportable que los Cuatro jinetes del apocalipsis donde, en el rol de Marcelo Desnoyers, Rodolfo Valentino aparece vestido de gaucho, travestido de bailaor andaluz, para bailar un tango parecido a una rumba-. Que con los libros pasa lo mismo que con los seres humanos y ya lo dice la oda de Horacio "La pálida muerte hiere con igual zarpazo / las cabañas de los pobres y los palacios de los ricos" -Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas regumque turris- y pronto serán polvo, mas polvo enamorado.

Empecé hablando de mi pasión por refranes y citas y también que, en materia de las últimas, prefiero la de políticos, militares y grandes villanos. A propósito de libros que desaparecen me remito al título de este relato que fue el que me ha traído de la mano hasta acá, y el título es una cita. En su discurso de despedida frente al congreso de los Estados Unidos el general Douglas McArthur -como dirían los chilenos, Mc Arthur con sus bravatas y declaraciones extremosas con respecto a la guerra de Corea "le sacó los choros del canasto a Truman" y Truman lo destituyó- citó una vieja balada con la cual se identificaba en ese momento "Old soldiers never die, / they just fade away". O, lo que es lo mucho mejor, Los viejos libros nunca mueren / se desvanecen